Es un principio darwiniano: la naturaleza evoluciona seleccionando a los más aptos. Obviamente, Darwin se refería a aquellos individuos cuyas características mejoraban las posibilidades de supervivencia y de reproducción de la especie. Aplicado a la sociedad y la política, el darwinismo dio lugar a indeseables teorías supremacistas y discriminatorias en favor del más fuerte. Sin embargo, fuera de esta concepción extremista, las sociedades necesitan sistemas de selección de los mejores individuos para las responsabilidades más altas, en interés general. Todos percibimos los beneficios de tener los mejores presidentes de Gobierno, los mejores profesores y jueces, los mejores empresarios.
Para ello, desde una perspectiva liberal, los procesos de selección deberían fundarse en los criterios de igualdad de oportunidades, competencia según reglas justas e iguales para todos, mérito y capacidad de los individuos. Para nuestra desgracia, muchos de los procesos de selección actual están basados en criterios dinásticos o en nepotismos, cuando no en una corrupción de las reglas de juego. Respecto de lo primero, no es inhabitual por ejemplo que los empresarios leguen su empresa a sucesores menos capacitados, de estos que se reputan a sí mismos «grandes empresarios» sin otro mérito efectivo que haber sido hijos de un gran empresario. A menudo, estos sucesores tienen todos los defectos de sus padres y ninguna de sus virtudes, lo que supone la ruina para muchas empresas. Una concepción social de la empresa obligaría a aplicar protocolos de sucesión para garantizar la selección de los más competentes de entre los herederos o, en su caso, acudir a una dirección profesionalizada que garantizara la continuidad de la empresa y de los puestos de trabajo.
En política pasa lo mismo: las nomenclaturas protegen su estatus seleccionando no al más competente, sino a menudo al menos talentoso, cuya lealtad es barata y por el que nunca se verán amenazadas. En suma, se produce una selección inversa: la del más incompetente. Por ello, los ciudadanos debemos entrar en los partidos, exigir democracia interna, y que los políticos respondan ante los ciudadanos que les votan y no ante sus aparatos. Es asimismo urgente evitar casos de enchufismo o sucesión familiar, como el recientemente denunciado en el Tribunal de Cuentas (el Parlamento también tiene casos notorios de herederos del escaño).
La selección perversa, la selección inversa, deja al país desnudo, indefenso. Para garantizar la salida de la crisis, es realmente imperioso mejorar la formación y selección de nuestras élites.